nunca ha llorado ante nadie.
Ella nunca ha temido a la muerte.
Ahora su voz temblaba
y las lágrimas podían adivinarse
al otro lado del teléfono.
Ya no puedo más,
estoy cansada.
Un silencio húmedo
empapó mi piel
como si sus lágrimas
fueran el océano
con olas que arrasan
el espigón del puerto.
Llanto inevitable,
descarga eléctrica
de una tormenta
que arremolina
la arena de la playa.
Ella siempre ha sido fuerte
pero ahora está quebrada
como un cristal golpeado
por el impacto brusco